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Explora: La ruta del encanto

Explora: La ruta del encanto

Por: Walter H. Wust / www.walterwust.com

Compartimos la nueva ruta descubierta por el equipo de Conservamos por Naturaleza en el corazón de Amazonas: 90 km de montañas cubiertas de bosques de neblina, cascadas de agua cristalina y paisajes de ensueño en una de las regiones menos conocidas de la Amazonía peruana.

El viaje se inicia a la altura del km 340 de la ruta Pedro Ruiz-Moyobamba y recorre buena parte de la cuenca del río Imaza, siguiendo antiguos caminos prehispánicos y escenarios que quitan el aliento, hasta unirse con el camino asfaltado Chachapoyas- Rodríguez de Mendoza.

El Imaza, uno de los tributarios más importantes del gran Marañón, nace en los páramos de la cordillera Piscohuañuna y serpentea caudaloso a lo largo de 185 kilómetros de bosques en excelente estado de conservación y una enorme diversidad de hábitats que van desde los bosques de nubes hasta las jalcas o punas húmedas. Pero vayamos por partes, que hay mucho que ver (y contar).

La ruta deja el asfalto en el puente Vilcaniza sobre el río Imaza y asciende suavemente por un valle boscoso hasta el pequeño poblado de Beirut, nombrado en honor del español Rafael Julián López, quien montó un aserradero en el lugar hace unas cuatro décadas bautizándolo con el nombre de la ciudad de procedencia de su padre (un inmigrante del norte de Africa). En Beirut no hay libaneses ni mesquitas, pero sí huertos repletos de arracachas, berenjenas y un río con pozas ideales para darse un buen baño.

Este es el punto de partida para visitar el bosque de Copal, una de los atractivos cercanos al ACP Hierba Buena-Allpayacu que custodia la comunidad de Corosha. Guiado por expertos locales recorrerá bosques repletos de orquídeas hasta llegar a un pajonal –uno de los secretos mejores guardados de esta parte de la selva– considerado uno de los mejores lugares del mundo para ver al oso andino, quizás la especie más fascinante y representativa de estos bosques. La caminata, yendo a paso lento, toma todo el día.

Desde Beirut el camino asciende hacia la cueva de Metal –una de las 20 cavernas de roca calcárea de la provincia de Bongará, adornada curiosas formaciones producto de la erosión del agua–, y el poblado de Vista Alegre, bien nombrado en razón al panorama que ofrece a los viajeros. Se suceden luego los caseríos de Chilac, Tialango y Chisquilla, todos dedicados al cultivo de café y frutales. Jumbilla, capital de la provincia, es un punto de interés en la ruta, ya que ofrece buenos alojamientos y algunos restaurantes (no deje de visitar a la señora Martha y probar los panes de Pilar Núñez). Aquí se produce muy buena carne, además del mejor huarapo (jugo de caña ligeramente fermentado) de la región.

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Desde Jumbilla un nuevo ascenso, siempre siguiendo el curso del Imaza, nos lleva hasta la localidad de Vista Hermosa (que también hace honor al paisaje de los alrededores). Una curva en el camino nos regala la visión casi surreal de una gigantesca cascada de aguas cristalinas irrumpiendo entre helechos arbóreos y palmeras. Se trata de Chorro Negro, una de las maravillas del Alto Imaza que bien vale la pena una parada. La catarata se encuentra a solo unos minutos siguiendo una trocha de acceso de piedra muy bien construida y que armoniza a la perfección con el paisaje del lugar.

Desde aquí el camino asciende hacia Asunción-Goncha. Los bosques de neblina van dando paso a plantaciones de pino y aliso mientras el valle se ensancha al llegar al cruce Granada. El río deja de despeñarse y serpentea sin prisa entre verdes potreros. Un nuevo accidente geográfico llama la atención: es el cañón de Olleros, bordeado de acantilados de caliza blanca y vegetación tropical.

El aire se va tornando más frío y los kolles y queñuales reemplazan definitivamente a las bromelias y palmeras. Hemos llegado al pajonal que marca la divisoria de cuencas, a una altura de 3,425 msnm. Hacia la izquierda el Imaza encuentra sus nacientes (en las lagunas de Granada); hacia la derecha nuestro camino nos conduce a la jalca.

La ruta nos tiene preparada una última sorpresa: un espectacular camino empedrado construido por los chachapoyas marca, entre flores y lagunas, la antigua ruta a Rodríguez de Mendoza que siguieron luego los españoles en busca de conquista. Desde aquí son solo unos kilómetros de descenso para encontrar nuevamente los bosques de palmeras de Molinopampa, a apenas una hora de Chachapoyas. Fin del recorrido.

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