Cómo la reforestación comunitaria combate la crisis climática en el Valle de las Cataratas
Por Francisco Meléndez / Coordinador de Campañas – Conservamos por Naturaleza
Los impactos de la crisis climática ya se sienten con fuerza en ecosistemas frágiles como los bosques montanos y nubosos de la región Amazonas. Eventos como deslizamientos, huaycos y caídas de rocas (movimientos en masa) son cada vez más recurrentes en este territorio de geografía accidentada, atravesado por valles y cañones moldeados por ríos como el Utcubamba y el Marañón.
A estos peligros se suman los incendios forestales, que en los últimos años han cobrado una preocupante relevancia por su magnitud e impacto. Solo en 2024, los incendios forestales causaron la muerte de 35 personas en el país y 185 heridos, además de afectar seriamente medios de vida y alterar nuestros ecosistemas.
Estos desastres afectan la vida de miles de amazonenses que, en el Valle de las Cataratas, se dedican al cultivo del café de especialidad, la ganadería bovina y el turismo de naturaleza. La ocurrencia de huaicos y deslizamientos, por ejemplo, interrumpe vías y caminos impidiendo el transporte de productos hacia los mercados, dificultando el acceso a alimentos básicos y alejando a las comunidades de servicios esenciales como la atención médica.
Imaginemos no poder recibir una inyección de emergencia porque una caída de rocas bloqueó el único camino hacia el hospital que cuenta con ese medicamento. Esta es una realidad cada vez más frecuente en zonas rurales de los Andes amazónicos, donde la infraestructura es limitada y la resiliencia comunitaria está siendo puesta a prueba.
Peligros climáticos interconectados
Los incendios forestales y los movimientos en masa están más vinculados de lo que comúnmente se cree. El aumento de las temperaturas, los cambios en los patrones de lluvia y la creciente presión sobre los ecosistemas están generando condiciones de mayor aridez. Esta aridez se manifiesta en vegetación seca, ausencia de precipitaciones y bajos niveles de humedad en el suelo y la atmósfera, creando un entorno propicio para la propagación de incendios forestales que, según el Ministerio del Ambiente (MINAM), son de origen antrópico en el 99 % de los casos.
Cuando se desata un incendio forestal, el fuego avanza rápidamente sobre la vegetación seca, que no ha desarrollado mecanismos de defensa ante este tipo de eventos, al no haber evolucionado con estos. Así, lo que antes eran laderas cubiertas por bosques montanos o pajonales, quedan reducidos a suelos desnudos y cubiertos de ceniza. Sin cobertura vegetal que los proteja, estos suelos se vuelven extremadamente vulnerables a la erosión por viento y, especialmente, por lluvias intensas.
Es aquí cuando las precipitaciones propias del Valle de las Cataratas —abundantes de noviembre a abril— se convierten en el detonante de movimientos en masa, como huaicos y deslizamientos. Estas dinámicas ocurren con mayor frecuencia y severidad en áreas de pendiente que han sido previamente degradadas por incendios. Así, la acción humana no sólo inicia el fuego, sino que también agrava la fragilidad de un paisaje ya afectado por el cambio climático, impactando en la biodiversidad que alberga y en los medios de vida de miles de peruanos.
Adaptación climática mediante soluciones basadas en la naturaleza
Para reducir los impactos de esta situación, el equipo de Conservamos por Naturaleza, en alianza con la comunidad campesina de San Pablo de Valera y con el soporte de fundaciones como SUB 3, Help Perú y aliados como Benetton y EPSON, viene implementando un proyecto piloto de adaptación climática y restauración desde el 2024.
Mediante técnicas de análisis espacial y un trabajo colaborativo con la comunidad de San Pablo, se pudo identificar un área afectada por incendios forestales donde la erosión devino en deslizamientos y constantes caídas de rocas. Esta área cobra una mayor relevancia porque el camino de herradura que lo atraviesa conecta la capital distrital de San Pablo con el centro poblado Nuevo Horizonte, una zona donde los comuneros producen café de especialidad y frutas de valor comercial como pitahaya, palta y cítricos.
En esta zona, estamos implementando una estrategia de restauración mediante la reforestación de árboles nativos producidos por los viveros comunales de Cuispes y La Coca. Especies como el cetico (Cecropia spp.) y el aliso (Alnus acuminata) fueron reforestadas mediante faenas comunales por su rápido crecimiento y capacidad de regenerar los suelos antes de insertar otras especies a inicios del 2024. Durante el 2025, los trabajos en el área han continuado con especies como el pajuro (Erythrina edulis), el limoncillo (Cantua pyrifolia) y la guaba (Inga edulis), que tienen mayor interacción biológica con especies silvestres de la zona al poseer flores y frutos que atraen a aves como el colibrí cola de espátula, el gallito de las rocas y la tucaneta esmeralda.
Más de 5000 plantones de especies nativas han sido reforestados en este proyecto, contribuyendo a proteger el suelo contra la erosión mediante sus raíces y cobertura arbórea. Esto reduce el riesgo de huaicos y deslizamientos, y a la vez crea corredores biológicos que benefician la conservación de especies endémicas. En esta iniciativa, la adaptación climática y la regeneración de ecosistemas avanzan de la mano, con un rol central de las comunidades locales. Las jornadas de reforestación se realizaron con la comunidad campesina de San Pablo de Valera y pobladores de Nuevo Horizonte, usando árboles producidos en los viveros comunales de La Coca y San Pablo. Así, las comunidades fortalecen su liderazgo en la restauración ambiental.
Adaptarse a la crisis climática no solo reduce riesgos, también abre la posibilidad de regenerar paisajes y nuestra relación con ellos. La restauración de ecosistemas degradados es una forma efectiva de enfrentar peligros climáticos, que además pone en valor el conocimiento local. Soluciones basadas en la naturaleza, como la reforestación con especies nativas, ofrecen múltiples beneficios: protegen suelos y fuentes de agua, conservan la biodiversidad y refuerzan el vínculo entre las comunidades y sus territorios.
Esta experiencia también revela el potencial transformador de la adaptación climática para fortalecer actividades económicas como el ecoturismo y los sistemas agroforestales. A futuro, este modelo puede replicarse en otras zonas vulnerables a huaycos, deslizamientos e incendios, adaptándolo a cada contexto. De esta forma, la adaptación climática se transforma también en una oportunidad de regeneración ecológica y social.