“Le hablo, me alegra, le canto, me gusta estar en el bosque, caminar en él, subir y bajar los montes”, nos dice Leyda Rimarachín moviendo sus brazos como una quinceañera enamorada brincando de emoción. Muestra los montes en donde creció y los que su padre Ricardo tuvo que defender frente a terroristas, el ejército y ante sus vecinos que veían con malos ojos que un extraño venga a instalarse a su lado. Lo cogieron a hachazos, lo metieron a la cárcel, lo golpearon, casi le arrebatan todo. Hace treinta años la familia Rimarachín llegó a este lado de Amazonas y ha hecho de sus más de cien hectáreas un área que parece indestructible. A prueba de golpes.

Para vivir en medio de la naturaleza no hay que hacer sacrificios dolorosos ni pasar penas y frío. Ricardo Rimarachín despierta todos los días a las siete de la mañana, ordeña sus vacas, camina por su predio y se dedica a ver su huerto. Todo el día tiene algo para hacer. “No necesito más para vivir. Tengo mis animales, mi chacra, todos vivimos muy tranquilos, sin el ruido de los carros y contaminación”, dice Ricardo Rimarachín con una sonrisa que parece pintada en su rostro. En el ACP Bosque Berlín producen energía en su hidroeléctrica, engordan sus cuyes, cosechan su propio maíz. Para los Rimarachín ir al mercado es solo para buscar café, aceite y tallarines. Todo lo demás lo encuentran en casa.

Rimarachín llegó hace treinta años junto con su esposa. Cajamarca se empezaba a poblar y ellos querían un lugar más tranquilo para sus hijos. Contra la opinión de sus familias, tomaron sus cosas y se instalaron en medio de las nubes: en las alturas de Bagua Grande. Nadie los entendía. Esta familia había caminado ocho horas para instalarse en un lugar en donde no hay nada. En este contacto con la naturaleza comprendieron que el agua no se acabaría si los bosques se mantienen sanos. Empezaron a conservar por instinto. Se volvieron más incomprendidos. Ahora ni siquiera trabajaban la tierra.

Sus vecinos intentaron sacarlos del lugar con hachas y palos. Ocho personas fueron a buscarlo. Ricardo Rimarachín cuenta esa pelea y parece un superhéroe. Detuvo machetes con el antebrazo y le cayeron hachazos mal lanzados en su cabeza, piernas y costillas. No pudieron tumbarlo. En medio de esta lucha, tres personas murieron. Lo metieron al penal San Humberto de Utcubamba por cuatro años. Cuando salió, terroristas le quisieron quitar su terreno. Llegaban de vez en cuando a su casa exigiendo comida. Peticiones que tenía que cumplir. No conviene dejar con hambre a alguien que tiene una ametralladora en sus brazos. Lo acusaron de terrorista, de narcotraficante, pero siempre, a pesar de los golpes y abusos, logró mantenerse en su casa. Él solo buscaba tranquilidad para su familia, pero este aislamiento le trajo en sus primeros años muchos conflictos.

Los años han pasado y encontraron estabilidad. Decidieron convertir su predio en Área de Conservación Privada (ACP) y seguir demostrando que sí se puede vivir sostenibles en el Perú. En Bosque Berlín cultivan maíz, papa, frejol, pallares, camote, yuca. Tienen treinta cabezas de ganado y cinco vacas lecheras que le da cada una quince litros de leche al día. Con eso hacen quesos y yogurt. Crían cuyes, gallinas y cerdos. Con su pequeña hidroeléctrica se autoabastecen de energía y les alcanza para ayudar a sus vecinos. En las alturas de Bagua Grande, ahí donde descansan las nubes, los Rimarachín siguen resistiendo, demostrando que todos sus esfuerzos sí tuvieron recompensa.