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Botafogo

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“Tengo amigos que nunca habían dormido en un bosque, en una chacra, que nunca habían cocinado a leña. Una vez que lo hacen, se sorprenden y regresan siempre”, cuenta el siempre positivo Ronald Pereyra, dueño de Botafogo, uno de los centros recreacionales con más movimiento en Puerto Maldonado. Ronald es una de las personas más conocidas en esta parte del Corredor Turístico Tambopata. Le dicen Botafogo, como a su padre, como a su playa.

La ficha técnica

Personas de Contacto:

Ronald Pereyra

Teléfonos:

982790115 / 958358982

Correo:

botafogo_inn@hotmail.com

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Ubicación:

Madre de Dios

Extensión:

14 ha

Cuando el caudal del río baja, se forma una linda playa de arena fina y suave al lado de sus diecisiete hectáreas disfrutadas por varias generaciones de la familia Pereyra. Hace más de cincuenta años su abuelo de Ronald con un grupo de amigos llegó desde Brasil por vacaciones y se enamoró de las orillas del Tambopata. Sus amigos se fueron y él se quedó. Se instaló en este terreno a nueve kilómetros de la ciudad de Tambopata. Hizo su horno para quemar yuca y hacer fariña. Cuidó el bosque como si fuera su gran jardín trasero y cogió una parcela para hacer una chacra de autoconsumo. Cuando su padre era niño ayudaba a su abuelo con el horno de barro. Le gritaba: “Bota-fogo”, que significa “que bote fuego”. Y su papá cogía su lampa y lanzaba leña para calentarlo más y no dejarlo enfriar. Para todos, su nombre se convirtió en Botafogo. Apodo que heredó Ronald y la razón por la que se llama así este pedacito de selva que te relaja con el cantar de las cientos de aves que llegan a comerse los frutos de los árboles que conserva Pereyra.

En los años setenta se dio el boom de la ganadería en Madre de Dios. El papá de Ronald lo convirtió en un potrero. Tumbó árboles, convirtió todo en pastizales, destruyó el bosque para sacarle provecho y darle de comer a su familia. Sin embargo, a mediados de los años noventa fallece. Los hijos tenían que decidir el futuro de estas tierras. En una reunión familiar, las cuatro mujeres le ceden todo a los dos hombres. Lo dividieron en dos. Casi diecisiete hectáreas para cada uno. Su hermano lo destinó a la agricultura y Ronald empezó a dejar crecer el bosque, a plantar árboles y flores, a limpiar la tierra. Para sus amigos y para toda la gente que lo conocían, Ronald era un vago. No hace nada con su tierra, solo la mira, decían. Ahora mientras su hermano cultiva papayas, Botafogo está viendo en dónde pondrá su próximo bosque de orquídeas y flores exóticas, y mira hacia afuera esperando que el cerco natural que ha plantado rodeando su predio se haga fuerte y grande. Reforestó árboles maderables y frutales. Tiene unos que sembró hace dieciocho años y ahora miden más de veinte metros. Cuando Botafogo observa esos ojés, caobas y shihuahuacos, sus ojos brillan mientras más alto mira.

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El vecino de Ronald tenía un bosque con veinticinco años. Botafogo los miraba y añoraba con tener a sus árboles así. Ahora sufre y se pone triste cuando escucha las sierras eléctricas. “Ha vendido buena parte de su bosque y ahora lo están cortando. Hablé con él para pedirle que no lo haga. No me hizo caso”, contó indignado Ronald, que a su vez sonríe cuando cuenta que ya son varios los vecinos que están empezando con el bichito de la conservación.

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Durante las mañanas se mete al río, camina por el sendero, revisa sus trochas, cuida el bosque que tiene cercado y en donde mantiene todo en su forma natural. A la gente le gusta dar paseos por su pequeño bosque. Se preocupa por dejar la fruta que caen de sus árboles para que los animales vengan y se alimenten. Hace un año y medio encontró pisadas de huangana, una especie de chancho de la selva, cerca a la orilla del río. Las siguió y encontró alrededor de ciento veinte durmiendo tranquilos en medio de los árboles que él protege. Los dejó en paz y prefirió no contarle a nadie por temor a que los vengan a matar. A los dos días estos animales de monte quisieron cruzar el río Tambopata. Los vecinos se dieron cuenta y se dio la masacre. Asesinaron alrededor de cincuenta ante la impotencia de Ronald, que gritaba intentando protegerlos. Los pequeños animales desesperados se quedaban atracados en el barro. Los ansiosos pobladores de Puerto Maldonado que estaban ahí, les reventaban la cabeza con un tronco.

Tiene nueve hectáreas de bosque recuperado, un área de esparcimiento y un espacio en el que pueden llegar a meditar y a descansar, además de tres kilómetros de playa que se forman desde julio a setiembre. “Lo más lindo de Botafogo es su tranquilidad. Se encuentran aves, animales, se está recuperando y los animales están viniendo a refugiarse”, cuenta Ronald, que confirma que todos los días, de cinco a siete de la mañana, llegan las aves a comer de sus árboles. Ronald Pereyra tiene la misión de que ese terreno no vuelva a ser un potrero. Cambió el olor de vacas por el de flores. “Quisiera que todos pensáramos igual, que cuidemos el área. Yo me siento tranquilo, mi conciencia está quedando bien. Esto va a ser para mis hijas. Quiero que sepan cuánto he amado este lugar para que ellas también lo sigan conservando”.

  • Visítanos

    Botafogo se encuentra a la altura del kilómetro 8.5 del Corredor Agroecoturístico Isuyama-Bajo Tambopata y tiene una extensión de 9 hectáreas.
    Para visitarlos debes primero llegar hasta Puerto Maldonado. Lo puedes hacer vía bus o avión. Luego tienes que partir hasta el Corredor Isuyuma-Bajo.
    Una vez ahí se pueden hacer caminatas, visitar la playa y saborear su rica gastronomía

  • Ayúdanos a Conservar

    Tienen como principal objetivo conservar y recuperar bosques ubicados en el Corredor Isuyama-Bajo Tambopata. En el lugar se hace conservación y protección de especies.