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Explora: Un recorrido por el mundo salvaje de Pacaya-Samiria

Explora: Un recorrido por el mundo salvaje de Pacaya-Samiria

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Texto y fotografías: Walter H. Wust / www.walterwust.com

En este Buenos Aires no se baila tango, ni se comen asados ni se viste a la moda europea. Aquí se desayuna pescado con inguiri, se camina en el bosque sin zapatos y se matan los zancudos que uno tiene en la frente casi por inercia. En este rincón de la descomunal maraña de ríos, lagos y pantanos que se extiende a ambos lados de la desembocadura del Marañón y el Ucayali en el Amazonas se vive según el río mande: en creciente o vaciante. Y punto.

Aquí si no se tiene una canoa no se es nadie. Ni los billetes tienen valor, salvo para encender algún mapacho de esos cuyo humo espeso ni la lluvia logra disipar. Este es, qué duda cabe, un mundo acuático. Y como no somos peces ni tenemos branquias, hay que adaptarse a sus ritmos y sus reglas… a veces despiadadas, otras mágicamente sublimes.

Un relámpago ilumina nuestra chalupa como un flashazo, descubriendo por un instante a una larga fila de hormigas cambiando de lugar su hormiguero inundado y cargando con sus larvas a cuestas. El chubasco arrecia, convirtiendo el pequeño campo de fútbol de la comunidad de Puerto Miguel en una gran poza que refleja el cielo poblado por nubes grises, casi negras. Está lloviendo en Pacaya-Samiria, la mayor de nuestras reservas nacionales y, para muchos, la más preciosa de las joyas naturales de la baja Amazonía.

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Pero en este lugar todo es sorprendente, desde aquello que poco tiene que ver con la naturaleza. Para ejemplo un botón: una reunión de las comunidades ubicadas en la zona de amortiguamiento del área protegida podría compararse a una de las Naciones Unidas. Oceanía, Kuwait, Florida, Lisboa, Atenas, California. Veracruz y, claro, Buenos Aires. Aquí es posible vivir entre Miami y Nueva York sin dejar las orillas del río Puinahua. En cuestión de creatividad los charapas no se quedan.

De la misma forma rotunda y salvaje como llegó, la lluvia cesa. Un arco iris despunta en el cielo y el sol cae a plomo sobre el bosque, envuelto en nubes de vapor con olor a verde, a selva. Si esto no es un contacto cercano con la naturaleza, no sé qué podría serlo. Pacaya-Samiria nos regala eso, precisamente, la posibilidad de volver a ese contacto primigenio con la Tierra, que muchos estamos empezando a olvidar. Pies en el barro, lluvia en la cara, olores nuevos que hinchan nuestros pulmones de esencia natural.

Datos adicionales

Ubicación: se encuentra en la confluencia de los ríos Marañón y Ucayali, en el departamento de Loreto Recibe su nombre de los principales ríos que la delimitan: el Pacaya, que desemboca en el Ucayali, al sur; y el Samiria, afluente del Marañón, al norte. Fue creada en 1982 mediante Decreto Supremo 016-82-AG, y cubre una superficie aproximada de 2’080,000 hectáreas, lo que la convierte en el área natural protegida más extensa del Perú.

Biodiversidad: En la reserva se han registrado 102 especies de mamíferos, 527 de aves, 69 de reptiles, 67 de anfibios y 269 de peces. Los ríos de Pacaya-Samiria son, como ha anotado el naturalista brasileño Tales Alvarenga: “una plaza de pueblo en día de feria”. Especies clave como el paiche, la arahuana, gamitanas, tucunarés, sábalos y pirañas habitan las aguas negras de sus ríos, conformando una de las principales zonas de reproducción de peces de la Amazonía.

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