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Ruta del Utcubamba

Ruta del Utcubamba

un lugar encantado

En este mágico rincón del Perú, gobernado por el sitio arqueológico de Kuélap, cinco iniciativas de personas y comunidades nos enseñan que vivir de la conservación en nuestro país es algo posible.

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El verde empieza a estallar alrededor augurando un destino mágico. Los caminos se van enredando entre los cerros y cada nube muestra cada curva como si estuviera en 3D. Estos detalles nos confirman que estamos en el camino correcto. El Valle de Utcubamba es uno de los parajes más impresionantes del país y, por historia, uno de los más importantes. El imponente sitio arqueológico de Kuélap reina sobre estos campos antes gobernados por los Chachapoyas. La ciudad de Chachapoyas luce casi intacta, como si el tiempo no hubiera pasado por estos lares. La mal llamada prosperidad acompañada de modernidad no la ha golpeado. Casonas blancas con zócalos color caoba rodean la tranquila plaza principal de esta ciudad que alguna vez fue la capital del nororiente peruano.

Antes de que salga el sol, cogimos el camino rumbo a Leymebamba. Paramos en menos de media hora y llegamos al Área de Conservación Privada (ACP) San Antonio, un lugar que se puede llegar caminando desde Chachapoyas. Ahí nos recibió Aldo Muñoz y nos paseó por la antigua casa hacienda del siglo XV, que antes fue la despensa de la diócesis de Chachapoyas. Después de caminar por el área, deleitarnos con cientos de aves y colibríes (sí, vimos el endémico cola de espátula), regresamos a descansar al lado de una catarata que te regala agua con propiedades curativas, casi milagrosas dicen. Muñoz y su familia cuidan de ella con la dedicación de una madre y conocerlos nos fortalece para seguir este camino fantástico. Cuando el sol empezó a caer, nos dimos cuenta que el día había pasado muy rápido. Regresamos a Chachapoyas para descansar y seguir la ruta.

Al día siguiente visitamos la ACP Tilacancha en las alturas de Chachapoyas. Quebradas y pajonales son resguardados por los comuneros de Levanto y San Isidro de Mayno. Quenlli y José Santos, su papá, nos recibieron y mostraron la vida en comunidad. En tan solo unas horas aprendimos mucho de la sabiduría del campo. Vivir de lo que se cosecha y siembra. Una actividad milenaria que en nuestros días parece del futuro. Quenlli y José nos enseñan la importancia de cuidar el agua. Ellos protegen sus pajonales para mantener la calidad de ellas. Si quiere quedarse con ellos, hay hospedajes sencillos para pasar la noche.

Sin perder el tiempo, enrumbamos hacia la ACP Colcamar. Una comunidad mística que vive entre muros  y restos dejados por los antiguos Chachapoyas. Cataratas de agua limpia resbalan entre sus quebradas y sarcófagos protegen, desde alturas impensables, a todo el pueblo. Sixto Rebata, comunero de Colcamar, nos recibió con una sonrisa para enseñarnos sus montes en donde se pasea el armadillo peludo. En medio de la caminata, llegamos a Layche. Unas ruinas disfrazadas con musgo y escondidas entre los arbustos, nos hizo sentir, en medio de la neblina, como exploradores profesionales. Por la noche nos quedamos a dormir en la casa de Sixto, arrullándonos con el rugir de una catarata de muy difícil acceso que pocos han visto. Un pendiente que nos hará regresar.

Muy cerca a Colcamar, está la ACP Huiquilla. El olor a tierra húmeda nos atrajo. Conocimos a José La Torre y su familia, quienes trabajan incansablemente para conservar el bosque también lleno de historia y paz a tan solo unos minutos del sitio arqueológico de Kuélap. Las aguas que viajan por estas quebradas dan de beber al poblado de Tingo y es una de las razones por las que La Torre la protege. Promueve la investigación de flora y fauna y ha logrado tomar fotos nocturnas a pumas, venados y roedores.  Dentro de poco se piensa acondicionar unas habitaciones para recibir a los investigadores. Frente a Huiquilla está el poblado de Choctamal, en donde hay dos hospedajes en un lugar que te despierta con colibríes revoloteando en tu ventana.

Sin saber qué pasaría, fuimos a visitar a Lola Arce y Perico Heredia, su hijo, a la ACP Milpuj – La Heredad. Han camuflado pequeñas casas de piedra en medio de árboles como sacado de cuento de hadas. Construyeron metro por metro un pequeño bosque de cientos de árboles y flores, que impiden que los vean a pesar de que están a un lado de la carretera. Dejaron las supuestas comodidades de la ciudad para buscar la tranquilidad que te brinda un lugar como este. Viven cerca a un higuerón temido por todos los pobladores de las comunidades cercanas. Nadie pasa delante del árbol después de las seis. Si lo haces, es probable que recibas chicotazos en las piernas o alguna broma pesada del duende que vive en él. Lola y Perico no tienen miedo, pero tampoco quieren desafiar al gracioso personaje del bosque. Lola te mira y te da tranquilidad. Te invita su café y su salsa picante hecha con tomates y especias de su propia huerta, y ya no te quieres ir. Es imposible no irse con la sensación de estarse yendo de un lugar mágicamente cálido y especial.

Al inicio pensábamos que el valle del Utcubamba iba a ser especial. Mientras nos fuimos acercando, comprendimos que este no sería un viaje cualquiera. Cuando empezamos a conocer, nos dimos cuenta que los cuentos mágicos maravillosos sí pueden ser realidad.